Bien pendejo eres para estar jalando carpetas de la uni, zambito. Se supone que un guardián no roba, cuida. Espera a que te chapen nada más.
Eso pensaba Caico mientras caminaba por las gélidas y oscuras calles de Pukallacu, donde quedaba la Universidad Pedro Ruiz Gallo de Cerro de Pasco. A más de 4000 metros de altura. Eran finales de los años 80 y el terrorismo ya había matado a diestra y siniestra en toda la sierra peruana. Había venido a estudiar unos años atrás. Su talento en el fútbol lo había hecho más conocido en Cerro de lo que alguna vez pensó.
Seré guardián y todo lo que quieras, pero hay que comer. Arroz, papa y huevo frito todos los días ya me cansaron. Que al menos me alcance para comer un buen ferrocarril, el plato especial, en la tía de siempre. Qué rico, tanta carne, con todas las cremas y con sus papitas fritas. Además, una carpeta más o menos, nadie la va a extrañar. No me jodas.
Ya había recorrido varias cuadras desde que salió de la universidad, muriéndose de frío y esperando que el guardián de la otra facultad no notara su ausencia. Esperaba encontrar a quien venderle la carpeta. Seguro le podría servir para su hijo, seño, no sea mala –practicaba. Sino como leña, aunque sea. Recordaba sus padres, tan lejos, en un valle de La Libertad.
A esa hora no salía nadie. El toque de queda significaba silencio sepulcral. Ni un alma. Si te encuentra la tochería te van a llevar por creerte terruco, Caico, no seas huevón. Pero seguía, abrigado hasta donde le permitía su pobreza, mientras rogaba poder sacar unos soles para la comida de los días siguientes.
Mientras caminaba, iba recordando que hace unas semanas, los terrucos llegaron hasta la facultad que cuidaba. Era ya de madrugada, quién sabe por dónde se habían metido, todos tenían pasamontañas, armas colgadas del hombro, papeles en las manos unos y cola para pegar, otros. “Viva el PCP”, “Presidente Gonzalo, patria o muerte”. Papeles rojos con letras negras. El ruido lo había despertado. Se hizo el bravo y se enfrentó a algunos de los terroristas, pura boquilla nomás fuiste, zambo. La verdad que si uno de ellos no te hubiera reconocido te mataban. Ese patita te salvó la vida, negro, apenas y evitó que te dieran de alma, te iban a tener como rata en el suelo. Menos mal que saliste buen arquero porque al menos un par de hinchas tenías.
Al día siguiente, la facultad de zoología, que se encontraba al frente de la que él cuidaba, amaneció pintada con frases senderistas y cantidad de papeles llamando a la revolución, con el rostro de Mao y con las vivas al presidente Gonzalo. Al guardián lo encontraron lleno de moretones y sangre en la cara, con los ojos hinchados, amarrado, tirado en el suelo. No lo mataron, pero seguro que varios días sufrió con el dolor.
Qué suerte tuviste, Caico -pensaba- mientras seguía por las calles, con la carpeta ya en el otro hombro. Estaba a punto de resignarse a ganar unos soles. Ya iba a regresar cuando su suerte cambió… para mal. Putamare, la tochería, carajo, ya me cagué. Una camioneta de la policía venía a toda velocidad en su dirección. ¿Qué haces tan tarde en la calle, zambito? Solito por aquí, ¿no habrás venido a pintar, no? –le preguntó un policía. No, jefe, nada de eso, estoy llevando esta carpeta a mi casa nomás, la encontré por ahí, es para estudiar pues, jefe, estoy en la universidad, mire… Le mostró su carnet: Facultad de Educación, especialidad: Historia y Geografía. ¿Y de qué mierda me sirve esto a mí? –le gritó el otro. En la Pedro hay terrucos como mierda…
Caico no sabía qué hacer. Se quedó inmóvil nomás, con su carpeta en el hombro. Por poco y se lo llevan pero de nuevo ahí salió, el fútbol, en su defensa. Oye, negro, ¿tú no eres arquero? –le dijo otro de los policías. Sí, sí, profe. Tapo en la selección –contestó. ¿De verdad que te vas al Minas? No sé, jefe, así dicen pero conmigo nada todavía –dijo de nuevo. Jefe, éste no es tuco, es pelotero nomás, hay que dejarlo tranquilo. El capitán se fue aceptando la palabra de su suboficial. Me debes una, Caico –le dijo el policía, sonriendo. No se preocupe, jefe, a fin de año se lleva mis guantes –le contestó.
Mientras la camioneta se iba, pensaba que el fútbol lo había salvado varias veces. No sólo de majas o de calabozos sino también del hambre y del frío. En algunas ocasiones le habían pagado por ir a jugar un partidito a algunos pueblos cercanos y se venía cargado de comida y con algo de dinero, hasta un carnerito le regalaron una vez.
Apenas se fue la patrulla, se abrió la puerta de una casa. Una señora salió con una bolsa de basura. Esta es mi oportunidad, sino se la vendo a esa tía, me regreso en naranjas. La señora estaba a punto de cerrar su puerta cuando escuchó una voz. Seño, seño, ¿no quiere comprarme esta carpeta? Seguro le sirve a su hijo, no sea mala, seño –le dijo casi rogando. ¿A quién más le serviría una carpeta? Me muero de frío, seño, es para mi comida pues, mire. Le mostró la carpeta a la señora, estaba un poco vieja pero aún podía usarse. Apenas pudo quitarle el papel que decía Universidad Pedro Ruiz Gallo.
Mientras regresaba a la facultad, Caico pensaba en el rico ferrocarril que comería mañana por la noche, con todas las cremas y papas fritas, tal vez hasta invitaría a su pata Galo a que coma con él. Total, con tanta carne encima, nunca iba a poder terminar con el plato solo. A lo lejos escuchó una sirena y empezó a correr. Si me cogen de nuevo, nadie me salva…